Cualquiera que se precie en conocerme un poco sabrá que soy un chocolatero de primera. Puede que no sea un gran paladeador, pues soy de los que piensa que no hay por qué elegir entre calidad y cantidad: cuanto más y más rico sea, mejor. Por eso devoro tabletas de chocolate, galletas, bombones, tartas y helados con chocolate como si bebiera agua (también bebo mucha sí)
De las mil anécdotas que ha dejado el viaje con Blanca por centroeuropa, tengo que empezar por la más deliciosa… probablemente el mejor chocolate que haya probado en mi vida. Una pequeña tienda en el centro histórico de un pequeño y encantador pueblo al sur de Bohemia, Cesky Krumlóv, llamada Bon Bon (o algo parecido creo recordar, cerca del Lazebnicky Most) nos obsequió con un pequeño vasito de sabor a gloria.
Al principio nos quedamos un poco extrañados por la poca cantidad que llenaba el vaso a cambio de 45 coronas checas, pero después supimos que era más que suficiente para recordar ese vasito el resto de nuestras vidas. Qué delicia! Imaginad el sabor del chocolate más rico, sin empalagar pero sin ser muy líquido, un chocolate que te llena la boca y se cuela en cada rincón de tu lengua, tus labios… produciendo un estallido de dulce chocolate continuo…
Me quedo con las ganas de volver allí y probar los bombones que llenaban las vitrinas de la tienda, pero se que algún día lo haré, quizá sea la mejor manera de gastar todas las monedas checas que me sobren antes de marcharme de este país algún día…