Como todos los años, el otoño llega más o menos por la época de mi cumpleaños. Y no puedo decir que no me alegre. Se marcha el calor que impide dormir a gusto, se marcha el ‘hoy tampoco tengo nadie con quien ir a la playa‘, se acabó el no poder ponerse camisetas grises, rojas o verdes… No es que no me encante el verano, pero creo que todas las estaciones tienen su duración exacta, confiemos en que el cambio climático no nos revolucione demasiado.
Llega la lluvia. Desde pequeño me ha gustado mojarme. Probablemente sea la eterna prohibición de mis padres de calarme la que creó tanta pasión. No les faltaba razón, porque de pequeño estaba más tiempo resfriado y en la cama enfermo que en la calle: era mojarme y pasarme una semanita de vacaciones. Crecí y me hice más water-resistant al más puro estilo Casio. Y ya por entonces descubrí a uno de mis enemigos favoritos, el paraguas.
Respeto a la gente que no le gusta mojarse, pero si por mi fuera haría desaparecer todos los paraguas del mundo y regalaría chubasqueros por doquier (ojo, chubasqueros de verdad, no bolsas de basura con tres agujeros para cabeza y brazos, que aparte de ser antiestéticas, crearme problemas en Port Aventura a mis tiernos 13 años y provocar ataques de risa en la Magdalena con el arte de algunos jubilados, no valen para nada) ¿Por qué la gente es tan inútil con los paraguas? Tengo tantas preguntas en mi cabeza…
¿Por qué la gente que lleva paraguas se mete siempre debajo de las repisas de los edificios? ¿Para no mojar el paraguas? ¿Por qué las personas de 1.50 llevan el paraguas a la altura justa para darme con él en la cabeza? ¿Por qué las personas de 1.60 llevan el paraguas a la altura justa para darme con él en la cabeza? ¿Por qué las personas de 1.70 llevan el paraguas a la altura justa para darme con él en la cabeza? ¿Cómo es posible que todos lo consigan? ¿Por qué encima te golpean con él y te miran con cara de ‘a ver si tienes más cuidado‘? ¿Por qué los abren al salir de portales sin mirar? ¿Por qué los cierran de golpe justo cuando pasas?
He dicho que me gusta mojarme, pero no me gusta que me mojen. Me gusta notar la lluvia cayendo por mi rostro poco a poco, calarme el pelo, pillarme una buena chupa, pero al ritmo de las nubes. No al ritmo de la gente sin carnet de manipulador de paraguas. Al menos en Santander tengo un aliado de mi parte: el viento en las bocacalles. Cada vez que veo la imagen de un paraguas destrozado en una papelera no puedo evitar sonreír a modo de victoria.
Lo que nunca imaginaba es que hubiera gente que se dedicara a reciclar los paraguas rotos. Así que ya sabéis, si queréis un chubasquero para vuestro perro (¿?) hecho de paraguas rotos rescatados de la calle, o simplemente capuchas muy modernas, echad un vistazo por esta tienda.
Bien!! Yo también le declaré la guerra a los paraguas hace años (y me decían «puf, pues cuando vivas en santiago ya cambiarás». Pero en Santiago descubrí que los paraguas son un mal invento pq te hacen odiar la lluvia, yo caminaba feliz con mi capucha y mi música y descubrí que hacía viento al ver a la gente que se cruzaba conmigo luchar con sus paraguas y con cara de pocos amigos.