[15/53] Corría el verano de 2011 y después de mucho pensarlo, de hacer un plan de empresa –que nunca se cumpliría– y de participar en Yuzz Cantabria, di el paso: me hice autónomo. Y con esa decisión se abrió un mundo de posibilidades que no quería perder. Meec. Primer error, y primera lección: hay muchas cosas que te debes perder.
Ya lo conté hace unas semanas en el post sobre la experiencia y sobre por qué te vas a equivocar aunque hayas leído una docena de manuales acerca de qué y cómo hacer el trabajo que te viene encima: la primera vez siempre pecas de ingenuo, de no saber dónde te estás moviendo y del famoso «a mí eso no me va a pasar«. Hasta que te pasa, claro.
Recuerdo algunos de mis primeros proyectos en los que me metí y de los que salí escaldado por decir que sí a todo. Peticiones imposibles, plazos difíciles de cumplir, precios de risa, infinitos cambios sobre la marcha… ¡pero algo es mejor que nada! pensaba yo –sin valorar mi tiempo–. Segunda lección: tu tiempo es tan valioso como el dinero.
Nunca se me dio bien decir que no a la gente. Piensas que igual estás perdiendo una oportunidad clave, que no te volverán a llamar o que van a pensar que no eres buen profesional. Atención, spoiler, estas cosas no pasan. De hecho, es un signo de que tienes claro lo que haces (y lo que no haces), lo que te conviene y lo que es mejor tanto para ti como para el cliente.
Y es que al final, si te metes en embolados de los que vas a salir con dificultad, es probable que o acabes perdiendo dinero (subcontratando lo que no sabes o no puedes abarcar), o acabes cabreando al cliente (incumpliendo plazos y poniendo excusas). Ninguna de las opciones es la mejor, así que hay que atajar el problema desde el principio, diciendo no.
Esto es válido tanto para un autónomo como para un trabajador dentro de una empresa. Si le dices que sí a todo el mundo terminarás haciendo tu trabajo y el de los que tienes alrededor. No es lo mismo echar una mano cuando tú decides que puedes hacerlo que tener a los demás planificando tu carga de tareas. De la primera manera puedes ser una pieza clave en la estructura, pero de la segunda no tienes nada que ganar y además si no logras terminar lo que te has comprometido a hacer, será peor –aunque no fuera tu labor en primer lugar–.
¿Y cómo se dice que no? Esta respuesta es sencilla, diciéndolo. Perdiendo el miedo a que estás fallando a alguien, o a ti mismo, o que estás perdiendo oportunidades. Con toda seguridad estará ocurriendo todo lo contrario: estarás ganando tiempo, tendrás mayor claridad de ideas y objetivos y mantendrás las situaciones bajo control. No aceptes proyectos cuando tu calendario está lleno de tareas ya difíciles de encajar, o si tus próximas semanas tienen unas vacaciones que necesitas y no debes posponer. No digas que sí a peticiones imposibles, en tiempo, forma o retribución. No digas que sí a oportunidades en las que vas a pringar por una posibilidad futura de que otra cosa ocurra (otro spoiler, no suele ocurrir).
Cuando estaba en GPMESS, Javi insistió bastante en que cambiara esto de mi forma de ser y creo que consiguió bastante. Recuerdo una semana antes de irme de vacaciones a Andalucía (por primera vez en años) que tuve que rechazar tres proyectos porque los querían para ya, y no iba a estar. ¿Estaba haciendo lo correcto? Pasado el tiempo, está claro que sí. Y en el momento, pese a las dudas, también hice lo correcto. La sensación de decir que no y saber que es por el bien de todos, es agradable. Y el liberarte de una carga segura de stress que sumar a las que ya de por sí cualquier trabajador tiene, es otro alivio.
Así que, sin miedo, debéis decir que no. Vuestra calidad de vida profesional y personal os lo agradecerá.
¿Te ha parecido interesante el post? Puedes compartirlo en redes sociales :)