Manel nos ha dejado. El pasado fin de semana me enteré leyendo a Caneda y a Patru en Facebook. Piensas que no puede ser. Que estaba hecho un chaval. Que no te has despedido de él. Que hacía mucho que no te lo encontrabas paseando en Santander. Que tenías que haberle pedido la dirección para mandarle más postales o más miel. Joder. Qué mierda.
De repente un montón de sensaciones y de recuerdos te inundan la cabeza. Y te inundan tanto que te pones a llorar. Y ahora escribiéndolo, otra vez. Siempre he sido así. Y él lo sabía (él era un poco así también, pero lo estaría camuflando metiéndose conmigo). «Ahí viene el de Santoña, a buenas horas…»
Manel era el Factory. Ese bar al inicio de la calle del Carmen en el que pasé muchas horas de mi época universitaria en Santander. Tengo cientos de recuerdos de noches allí (tendría miles si no fuera por la cerveza o esas botellas de 43 o de Absolut que iba bajando prácticamente yo solo de cuando en cuando) y necesitaba contar aquí alguno de ellos a modo de pequeño homenaje de este gran hombre.
Al principio no entrábamos al Factory. Estaba vacío. Había un señor detrás de la barra haciendo crucigramas. Otro día entraremos. Hasta que un día me dio igual que estuviera vacío y mis amigos me siguieron. Tenía una diana, buena música y los baños más limpios de la zona. ¿Qué más se podía pedir? (Las instrucciones de la diana, que siempre fuimos muy incapaces). Y el señor de los crucigramas tenía esa voz. La voz. «¿Qué os pongo, chavales?» Si lo conocisteis podéis decir esa frase perfectamente con su voz.
Con el paso de las semanas, de los meses, de los años, como a ninguno de los dos nos gustaba hablar (apenas…) terminamos siendo mucho más que el dueño del bar y un cliente.
Recuerdo la primera (y única) vez que pinché en el Metropole con Patrullero dentro del ANDN Club que al terminar la fiesta allí me pasé a verlo mientras cerraba y le regalé un par de CDs que había grabado para pinchar con algunas de mis canciones favoritas. Y a veces cuando aparecías por el bar a primera hora, ahí estaba escuchándolos. Para poner las canciones que nos gustaban cuando estuviera por allí.
Recuerdo la primera (y única) vez que salí solo de fiesta, que mis amigos tenían otros planes y no me apetecía quedarme en casa. Y me bajé al Factory a charlar con él toda la noche. Con él y con otros como yo, que íbamos a recibir nuestra sesión de música genial en vena, de discusiones sobre conciertos, bandas o lo que se terciase.
Recuerdo un par de veces que no quería volverme a casa (subir la cuesta necesitaba armarse de valor) y me quedaba con él hasta que cerraba del todo y luego lo acompañaba camino a su casa, cruzando la ciudad desde el Carmen hasta Camilo Alonso Vega, donde ya no me quedaba otra que subir y deshacer el camino para llegar a casa. Paseos hablando de todo un poco. De política y de políticos. De aficiones y de dinero. Del pasado. De la familia. De lo orgulloso que estaba de sus hijos y de las ganas que tenía de poder dedicar todo el tiempo a su nieta. De música, claro. Y de mí.
Recuerdo que el otro lado de la barra era su territorio sagrado, con sus vinilos y toda su música. De hecho todas las fotos que tengo (y muchos de los recuerdos) son de Manel sacándome de ahí dentro, no fuera a tocar algo. Madre mía, la de cosas que te habré contado y ya no me acuerdo. Compartí contigo muchos de los años más importantes e intensos de mi vida. Te llevas contigo un montón de mis secretos y un buen listado de canciones. Como las de Muse que siempre me ponías.
Recuerdo muchas veces pasarme por allí nada más abría cuando iba camino de otro bar para empezar la noche sólo para saludar, por si acaso la noche se alargaba y no llegábamos de vuelta antes de que bajase la persiana.
Y recuerdo el día que cerraste el Factory. Recuerdo que te escribí una carta de despedida. No me acuerdo qué ponía, aunque me lo puedo imaginar. Te daría las gracias por haber sido tú, por habernos dado el Factory y por darme estos y muchos otros recuerdos. Al otro lado de tu lado de la barra he bailado, he reído y he disfrutado como nunca. Pero ahora no sólo está cerrado el Factory, sino que te has ido con él. A tu manera, sin hacer mucho ruido. Y yo, ahora viviendo en Galicia, tan lejos (te hice caso, siempre me decías que «si la gallega te aguanta, no la dejes escapar y confía en que no se dé cuenta del inútil que eres», qué cabrón) lo único que puedo hacer para despedirte es escribir estas cuatro líneas, tomarme una cerveza y escuchar música e ir a conciertos todo lo que pueda.
La juventud siempre la llevaremos por dentro y, por tanto, tú siempre tendrás un hueco aquí. ¡Hasta la siguiente ronda y el próximo concierto allá donde nos encontremos, Manel! ¡Gracias por tanto!
Seguro que Manel fue una de esas personas que te encuentras en la vida sin saber muy bien por qué, y que acaban siendo amigos y confidentes contra todo pronóstico. Un regalo.
Solo queda recordar lo bueno y hacer que su recuerdo perdure como acabas de hacer con estas líneas. Sin conocerle, leerlo ha sido verdaderamente emotivo, no quiero imaginar lo que habrán sentido aquellos que sí le hayan podido llegar a conocer.
Un abrazo.
¡Gracias Fernan! La verdad es que es de esas cosas inesperadas que te hace recordar un montón de cosas -todas geniales- que parece que pasaron hace mil años y se te pone la piel de gallina. Era un grande Manel.
Muy emotivo y humano. Ojalá cuando yo me vaya alguien escriba algo así, será buena señal :-)
Un abrazo
Es tal como lo cuentas…