Ayer os explicaba lo que pasó con mi resumen del año 2019 en este blog. En su momento tenía ganas de explicar cómo me había sentido a lo largo del año porque había vivido nuevas (y extrañas) experiencias.
Nunca me habían dicho «cuando nos vimos en Madrid te vimos que estabas a punto de petar». Ni «no te he querido decir nada porque ya te vi que estabas desbordado». Y muchas frases similares de gente muy cercana.
Y no mola.
No sé si se puede decir «molar» todavía, pero en este blog sí. También se puede decir «chachi piruli», pero no viene al caso.
De lo que se habla poco
Cuando entras en la rueda profesional como autónomo –o freelance si te suena mejor–, tu imagen, tu marca personal empieza a formar parte de tu estrategia de venta, de tu marketing o directamente de tu negocio. Y todo el mundo tiende a mostrar lo fantástico que es.
Es razonable.
Pero también se genera esa falsa imagen de la que se acusa con facilidad a las personas influencers o gurús de redes sociales con sus fotos perfectas en sus días perfectos y sus vidas perfectas.
Mucha gente se obsesiona con mostrar lo productivo que es, la cantidad de negocio que genera, lo estupendo que son todos sus clientes, las últimas tecnologías que ha aprendido y que se levantan a las cuatro de la mañana con la sonrisa puesta. Y esto genera ciertas expectativas en otros muchos profesionales que no van a alcanzar lo mismo (¡hola síndrome del impostor!).
No se suele contar nada de los días en los que todo sale del revés. Cuando no tienes energía para avanzar. Cuando te lías con una tontería que pensabas que te llevaría una hora y te lleva tres días. Cuando te has organizado mal y los plazos se empiezan a amontonar. Cuando tienes que mandar emails incómodos. O cuando directamente la has pifiado.
– Es que cómo te van a contratar si saben que vas por ahí cometiendo errores.
Vamos a ver… Una cosa es que seas 100 % desastre, que en ese caso lo que tienes que hacer es dar un paso atrás y volver a formarte en lo básico, y otra cosa, que supongo que es lo que nos pasa a la mayoría es que simplemente seamos humanos imperfectos y no todo nos sale siempre como nos gustaría o como planeamos.
Mejor no decir nada
Yo el año pasado intenté gestionar mi empresa de manera que fuera creciendo (demasiado) y a la vez intenté trabajar en demasiados proyectos a la vez. Y al final, ni una cosa ni la otra.
– Hombre tío, normal, son dos trabajos a tiempo completo, tenías que haber hecho X o Y.
Lo sé. Pero quería intentarlo. Y aprendí mucho por el camino. Pero también me quemé con ciertas situaciones (de las que es mejor hablar en persona, cerveza en mano, y mascarilla puesta, porque saltar a clientes grandes no es la panacea que uno puede imaginar, mi madriña).
Se me empezaron a acumular plazos de entrega, proyectos por finalizar, proyectos por empezar… y llega el bloqueo mental. Todo está en el cuadrante de urgente e importante. ¿Y cómo sales de esa situación? Una cosa cada vez, sí. Pero ¿cómo priorizar? ¿cómo gestionar el sobreesfuerzo cuando todo va a ser poco?
Si no he escrito apenas en mi blog los últimos meses, si no he subido ni una triste foto a Instagram en los últimos años, si apenas escribo tweets, o si las ediciones de Enlace Permanente tienen de semanales lo mismo que yo de protagonista de The Last Dance… no es porque sea un vago, ni un dejado, ni porque me dé igual.
Es porque la cabeza está siempre ahí dando vueltas: ¿cómo voy a estar en redes sociales o en el blog o rascándome la barriga cuando aún tengo tareas en las interminables listas? ¿cuando aún tengo que hacer una entrega de tres proyectos? ¿cuando tengo que responder siete emails?
Mira, mejor no digo nada y ya está.
Como si los veinte segundos para escribir un mensaje de 200 caracteres, o la media hora para escribir un artículo fueran lo que necesitara para solucionarlo todo.
¿Absurdo? Tal vez. Pero es así. Y necesitaba soltarlo, porque supongo que más de uno se pueda sentir reflejado.
En 2020 todo ha cambiado
Cuando arrancó el año decidí ir cerrando etapas de proyectos, tomármelo todo con otra filosofía y está funcionando. Sigo corriendo detrás de mi vida en algunos aspectos, tanto personales como profesionales, pero parece que si estiro el brazo, no me falta ya tanto para alcanzarla.
Una pandemia mundial y tres meses encerrados en casa han servido para que me ponga al día de muchas historias y, sobre todo, para recolocar las prioridades. Y creo también que se está normalizando el entender que todos podemos tener días malos, preocupaciones (racionales o irracionales), faltas de concentración o problemas personales que no se superan porque sí, o as soon as possible.
Así que simplemente quería dejar esto aquí, para recordarme a mí mismo que no merece la pena quemarse. Quien lo hubiera dicho, ¿eh? Pero a veces nos ensimismamos en nosotros mismos y ni siquiera nos damos cuenta hasta que la espalda empieza a doler, dejas de dormir bien o estás de mal humor continuamente.
Y otra cosa no, pero salud y humor tiene que haber. Igual en próximas entradas del blog.
Mentions