Sabéis que este blog mezcla perfectamente artículos personales y profesionales. Este es muy personal. Aunque alguno de los lectores del mundillo WordPress ya «conocían» a la protagonista: mi abuela. Y es que en junio de 2019 di una charla en la WordCamp Irun en la que contaba cómo había sido (más o menos) mi vida profesional desde que me di de alta como autónomo allá por 2011. Y me basaba en algunas de las frases más repetidas por la señora madre de mi madre como (spoiler) «tú sé buena persona», «tú haz bien y no mires a quién», «si ganas cinco pesetas, gasta dos y ahorra tres» o «cuídate, hijo».
Tenía otra frase que no podía encajar en ningún sitio y que Mónica tiene que sufrir continuamente cuando yo la repito, y es que cuando le respondías «¿y qué?» te decía «Iqué y Chuchi eran dos primos míos». Nunca supe quiénes eran estos señores, la verdad.
La cuestión es que a sus 95 años, el pasado viernes nos dejó.
Abuela, que he estado un año entero sin ir a verte por el maldito COVID y ahora que empezaban a vacunar a todo el mundo, tú te has cansado de esta vida. Y todo tan rápido que no me has dejado ni tiempo para acercarme a despedirme. Que sé que no te importa, porque total, solo me hubieras dicho «Yo estoy como una reina, y tú, cuídate, hijo». Y a Mónica también, «cuídate, hijo». Siempre igual, ¿eh?
No todos los abuelos son iguales. Igual no es bonito decirlo, tal vez, pero todos los que estáis leyendo esto lo sabéis. Por cercanía, por circunstancias, por vivencias… los que hemos tenido suerte de tenerlos y vivirlos, sabemos de ese que es especial. Yo a mis abuelos no llegué a conocerlos. Y mi otra abuela cuando yo tenía menos de diez años empezó con el terrible Alzheimer y mis recuerdos con ella son muy distintos.
Pero Tita Cedes… fue abuela a tiempo completo. Y por eso quería rendirle un pequeño homenaje aquí, más que nada porque hay muchas historias que lamentablemente se las lleva el tiempo y si no quedan escritas, desaparecen. Me hubiera encantado compartirlas con mi familia la semana pasada, pero no pudo ser. Ojalá un día en el futuro podamos sentarnos mi prima María, mi primo Chema y yo a refrescarnos la memoria los unos a los otros.
Y es que sí, sé que mi madre, mis hermanos, mis tíos, mis tías, mis primos… todos lo están pasando mal, es normal. Pero creo que nosotros tres la vivimos diferente. No fue una madre, no fue «la otra» abuela, no fue una suegra o una tía, no nos pilló mayores, ni demasiado pequeños, ni a ella muy joven o ya muy mayor… fue nuestra ABUELA con mayúsculas.
Cuando yo era pequeño, mis tíos de Gijón venían a pasar el verano a Santoña y solíamos ir todas las mañanas a la playa de San Martín, o a la escollera, o a la rampa. Y mi abuela nunca venía. «Porque no tengo bañador, hijo». Y yo le dije que cuando fuera mayor aprendería a coser y le haría uno para que pudiera venir. Obviamente ella no venía porque no le daba la gana y yo, aparentemente, aún no me he hecho mayor, porque excepto un botón, no he cosido más en mi vida.
Las horas y horas y horas que pasamos en su patio son incalculables. Jugando al fútbol intentando que la pelota no se fuera al jardín donde tenía plantadas las flores. Jugando al fútbol intentando que la pelota no se clavara en las plantas de los pinchos. Jugando al fútbol intentado que la pelota no pasara por encima del muro a casa del vecino (qué mal nos llevamos siempre). Jugando al baloncesto intentando canastas imposibles subidos en el pozo o en la pila. Rescatando pelotas del tejado del cortijo. Jugando al golf por la canaleta. ¡Jugando a los bolos! Entrando de estrangis en el jardín a recuperar la pelota que se había quedado debajo de la higuera. Haciendo carreras. Sentados en la mesa debajo de la sombrilla viéndola jugar a las cartas con su hermana, nuestra tía Panchi. Siempre a la brisca. Siempre.
Pensaréis que mi abuela vivía en una mansión para tener un patio en el que hacíamos tantas cosas. Pero su casa tenía unas plantas de 1,80 metros de alto y el patio debía tener ocho metros de largo y cuatro de ancho en la parte donde no estaba el cortijo. Que no sé por qué lo llamábamos el cortijo. Pero bueno. Eramos pequeños y no necesitábamos mucho sitio para nada.
En este patio vivió un verano Güichibiricoqui, un pato. Y otra vez un pollito naranja que duró un día. Qué paciencia tenía esta mujer. Allí también guardábamos las bicis con las que aprendimos a montar. Mis primos una vez subieron al monte y lo que pasó a continuación les sorprenderá. Pero eso que lo cuenten los implicados si gustan. Ay.
Mi abuela me iba a buscar muchas tardes a la salida del colegio, me llevaba a la plaza de San Antonio a jugar (aunque yo no quería ir, y luego cuando ya estaba allí, no quería volver a casa). Se sentaba en el banco de las abuelas con sus amigas (o con abuelas random, no lo sé, siempre dimos por hecho que serían amigas) y nos contemplaban. A veces dábamos paseos y alguna vez con suerte tenía que comprar algo en la panificadora y me compraba unas galletas. O le pedíamos cinco duros para ir a comprarle algo a Moro cuando iba con su carrito por el Pasaje lleno de chucherías y bolsas de pipas.
La mayoría de mis mejores amigos han jugado en casa de mi abuela. Íbamos al salir de misa (no me juzguéis, al menos yo no fui monaguillo, ejem, Pedro, Miguel Ángel…), un día por la tarde de fin de semana, incluso al salir del instituto, anda que no jugué con Dani al fútbol con una pelotuca…
Y los highlights. Y no me refiero a sus albóndigas, ni a sus patatas fritas, ni a su tarta de chocolate, ni a su leche frita. Sino a las historias que la perseguirán siempre. Como el día que se lió a paraguazos con un chaval del pueblo que quería pegar a un amigo mío a la salida del colegio. Apareció por allí, pero no a poner paz, sino a ganar la guerra. La súper abuela la llamaban al día siguiente en el colegio. Vaya momentazo.
O cuando se pegó un hachazo en la mano cortando leña para la lumbre. Y aunque tenía un dedo colgando y todo ensangrentado, decidió que como iba a estar bastante tiempo fuera de casa, lo primero era ir a la cocina y apagar la televisión y las luces, antes de pedir a los vecinos que la llevaran a urgencias, no fuera a ser que se quedara algo encendido y gastando.
La foto que preside esta entrada es del día de la celebración de las bodas de oro de mis padres. Ese día tenía una Polaroid y fui sacando fotos, haciéndome un selfie con ella que quería que me firmara. Primero, no me lo firmó (era de lo poco que sabía escribir, su nombre, y ya se le había olvidado) y segundo, miró la foto, me miró a mí, y me dijo «Yo no soy esa, ¿quién es esa vieja? ¿Cómo voy a ser yo? ¡Si es una vieja!». Ay abuela, cómo ha pasado el tiempo.
Sé que hay mil anécdotas más y ojalá irlas escribiendo en los comentarios para que no se olviden. Esas fiestas del Carmen en Santoñuca cuando sonaba la Lambada y un animador hizo un concurso para ver qué niño llevaba el sujetador de abuela más grande (¡no nos dejaron participar nuestros padres!). Los paseos hasta casa de Velín, o de Mari la de Cué, o saludar a Currinchi en las 3 bes. O intentar entender cómo conducía Miro si solo tenía un brazo. O saludar a Genaro desde el patio cuando pasaba con su bici (en serio, ¿cómo subía ese hombre al monte con esos tres hierros?).
O cuando para un trabajo del colegio me decías los nombres de todas las plantas de tu jardín y eran «los pendientes de la virgen», «las espinas de cristo» y yo te miraba con cara de «esta señora me está tomando el pelo». O cuando bajábamos las escaleras de la casa sentados de culo por si acaso nos caíamos.
O ese día en que me llevaste a votar cuando yo era muy fan de Alfonso Guerra porque me parecería bien el color rojo de un cartel, supongo que por el 93. O cuando me enseñaste a jugar a la brisca sobre tu falda en la sala de estar de mi casa mientras mi madre cosía. O cuando nos contabas en Nochebuena mientras se reían tus yernos las historias de los montes que habías recorrido con la cesta en la cabeza cuando oías el tren por Treto y llegabas a Cicero caminando.
Tantas historias que nunca olvidaré…
Gracias abuela por todo lo que me enseñaste y por todas las historias. Yo me cuido, lo prometo. Y sé que nunca llegaste a entender la magia de las tecnologías que permitían que te viera desde el ordenador cuando estaba lejos. Pero… ¿y qué?
Y Chuchi, eran dos primos de mi abuela.
Que recuerdos Juan.. hay tanta cosas que compartimos con ella.. lo de irme al monte fue una aventura épica (la única vez que me dio un azote, pobre abuela que mal lo paso). Me acuerdo de esas Navidades y ver ET, Mary Poppins.. con la lumbre encendida a tope, cuando me mordió el perro y me cuido tanto… Papá Noel me regaló un año un carrito para ir a la compra con ella 😀😀. Era la mejor cocinera del mundo (caracoles guisados, pimientos rellenos, pollo en salsa, albóndigas de verdel…) y todos iban a su casa. Siempre había algo para el que lo necesitará (huevo frito y chorizo en un momento). Las anchoas!! Madrugada tantísimo para hacerlas y me enseñó!!
La echaremos mucho de menos pero nos queda un gran recuerdo. Muchos besos Juan
Un abrazo enorme, prima. Ay, aquellas noches que me dejaban quedarme a dormir y nos daban las tantas hablando y hablando y hablando en la habitación de las dos camas hasta que nos mandaba callar… ¡Y luego ella cómo roncaba!
Si ella no roncaba!! Respiraba fuerte jajaja y tampoco dormía, solo descansaba un ratito
Qué suerte has tenido de tenerla y qué suerte ha tenido la tita Cedes de tenerte a ti de nieto. Me he reído leyendo las historias y también me has hecho llorar un poco, maldito Jaun.
Ojalá el día que yo me vaya alguien me recuerde así.
Un abrazo muy fuerte ♥️
Muchas gracias, don Álvaro! Bueno, tú piensa que siempre puedes programar un post desde los blogs de tus hijas hablando bien de ti mismo, por si acaso…
Un abrazo, lin.
Los abuelos deberían ser eternos.
Seguro que ella te cuidará desde donde esté. Mucho ánimo!!!
Lo siento 😢
Los que hemos podido disfrutar de nuestros abuelos somos muy afortunados
Que sabia era tu abuela Juan. Un abrazo. ❤️
«tú sé buena persona», que gran frase de abuela y estará orgullosa de que lo has conseguido, me han saltado unas lagrimitas recordando escenas similares de mi infancia.
Un gran abrazo y no dejes nunca de ser tan buena persona.
😓Un abrazo
Las historias de las abuelas son únicas Juan. Y en estos tiempos difíciles cada uno lo lleva lo mejor que puede, o simplemente lo lleva.
Ten claro que lo de «ser buena persona» lo has conseguido con creces y al final, a las abuelas les importa pocas cosas, que su familia sea feliz con lo que tiene, y llevar una vida más o menos normal.
He recordado muchas cosas con mi abuela, que, igual tu, lo de verla está complicado, esperemos que aguante con todo esto.
Gracias Juan, gracias por este artículo y gracias por ser siempre tan buena persona.
Juan, siento mucho lo de tu abuela. Precioso el artículo que has escrito sobre ella, me he emocionado. Mucho ánimo y mucha fuerza coleguilla.
cuídate mucho! 😘
Una vez leí que los abuelos de verdad nunca se mueren se quedan siempre ahí, simplemente son invisibles. Es una chorrada supongo pero aunque suene de loca de atar mi doña lola siempre está ahí. Y me da alegría saber que siempre está :) . Abrazos amigo
Un abrazo, amigo! Si hubiera etiquetado mis fotos y recuerdos tan bien como tu abuelo no tendría que tirar de memorias para escribir estas cosas!
Que historia tan bonita Juan, y como dices que suerte haber disfrutado tantos años de ella.
Sin duda conseguiste cumplir con todas sus recomendaciones y objetivos..
Un abrazo grande ♥️
Precioso texto… Un abrazo, Juan
Hoy me he despertado pensando: «voy a pasarme por el blog de Juan, a ver si se ha acordado, y ha publicado algo…». Era escéptico, claro… La sorpresa que me he llevado… ;)
Es muy bonito cuando una serie de hechos, de anécdotas, evocan una parte tan importante de tu vida que despiertan un sentimiento de nostalgia y a la vez de felicidad. Que vuelva a tu cabeza una época tan importante, y que los recuerdos logren sacarte una sonrisa y una lágrima a la vez es quizá de las sensaciones más hermosas que uno pueda llegar a experimentar.
Siempre recordaré aquellos ratos —aunque mi memoria me lleve a dejarme muchos por el camino—, aquellas tardes interminables, aquellos veranos eternos, la bondad y la sonrisa de una mujer a la que siempre quise como si fuera mi abuela, y, sobre todo, lo bien que lo pasamos. Eso no se puede olvidar.
Los cromos, los torneos de baloncesto en canasta sin tablero, las finales de Roland Garros en hormigón batido, las bicis —y sus caídas—, las porterías pintadas en la pared de enfrente, los domingos por la mañana, la playa, las pelotas que se colaban o que se pinchaban, los bolos, el Mundial del 94, el chocolate con churros y las sardinas de las fiestas del Carmen… qué ratos.
Un abrazo enorme, primo.
P.D.: prometo que no recuerdo lo del monte :O
Doy fe de lo delos caracoles. La única vez que me atreví a comerlos, fueron los suyos, y nunca me arrepentí. Una gran mujer.
Rocio Bien Bueno tarde casa noche