El carballo de Santa Margarida, que lleva ahí más de 500 años y aparentemente tiene hasta su propia página web está pasando por una mala época, aunque tiene a un montón de expertos cuidándolo para que sobreviva y sigan ocurriendo historias bajo su sombra, junto a la capilla. Hoy me he acercado a verlo, no porque tenga ninguna gran historia que vivir, pero sí porque después de una siesta de casi tres horas (no era una siesta, era dormir) quería estirar las piernas para celebrar que el plan sigue su curso. Que de los ocho marrones en los que estaba metido (sí, ya no eran siete), la mayoría han desaparecido y los demás se han encauzado, y que por fin empiezo a cumplir las cosas que siempre digo que tengo que cumplir. Seguimos avanzando, ¡mes de abril!
