[16/53] «¡Qué suerte tienes que puedes trabajar desde casa en pijama!» es un clásico que uno escucha siempre que dice que su oficina está a diez metros de la cama y a poco más de la nevera. Y aunque sería mentir decir que no lo he hecho unas cuantas veces, hay que tener claro que ni es la primera opción, ni la adecuada.
La red está plagada de artículos con consejos para ser más eficiente cuando eres un freelance que sólo necesita de un portátil y una conexión a Internet para trabajar. En mi caso nada más que hay que sumarle unos cascos para escuchar música y una botella de agua y tengo el equipo completo. Una libreta y un bolígrafo son opcionales, aunque últimamente son más por si acaso que por otro motivo. Pero el hecho de que puedas funcionar con poco no quiere decir que no haya unas reglas básicas y unas líneas que es mejor dejar bien trazadas.
Sí que he aprendido que los consejos (principalmente los de productividad) son generalidades que difícilmente se acoplan a las necesidades individuales, pero sí que funcionan como una base para experimentar e ir adaptando lo que realmente te sirve. Por eso sé que lo que me vale a mí no tiene por qué valerle a cualquiera que lea este post, pero puede que ayude de alguna manera. Igual que no diría a todo el mundo como verdades absolutas lo fantástico que es el método de Inbox 0 para el correo electrónico o hacer listas de tareas con Evernote, y es que porque a mí me funcione, no tiene que hacerlo con personas con distintas circunstancias.
Uno de los pilares básicos es, directamente, quitarte el pijama al levantarte por la mañana. No hace falta que vayas de traje (aunque si eres como Barney Stinson y tienes el pijama-traje, entras en una categoría diferente) sino que te pongas ropa cómoda para trabajar. Cómoda pero presentable. Vamos, que si llaman a la puerta y es una visita sorpresa no te dé vergüenza abrir.
También es importante separar una zona de trabajo de una zona de descanso. Esto es, no tengas el portátil en la mesilla y al sonar el despertador te lo pongas en el regazo para empezar la jornada. Sí, es una solución rápida para ahorrar tiempo, pero a la larga acaba siendo incómodo y degenerando en no saber cuándo estás haciendo horas de trabajo, pasando el rato o descansando.
El trabajar desde casa te aísla bastante del mundo exterior, por eso hay otros dos puntos básicos para no volverte loco (y tener la energía para quitarte el pijama cada mañana). El primero, mantener contacto con gente de fuera a diario. Ya sea por teléfono, por correo electrónico, por chat (Hangouts, Slack, WhatsApp…) o como se te ocurra. No tienes a compañeros de trabajo al lado para charlar cinco minutos mientras te tomas un respiro o comentar el último viral que recorre Twitter, pero puedes tenerlos gracias a la tecnología a un par de teclas de distancia.
El otro punto, por supuesto, es salir de casa. No te quedes en la burbuja de tu casa/oficina durante demasiado tiempo o perderás la noción del tiempo, del día y la noche y, seguramente, termines trabajando muchas más horas de las que debieras y tus niveles de stress irán creciendo progresivamente. Dedica tiempo en tu agenda o en tu planificación a pasear o hacer deporte, a quedar con unos amigos a tomar unas cervezas o un café o a hacer cualquier afición que tengas, ya sea ir al cine, ir a museos o patinar. Desconectar es básico.
Y una vez que tienes estas cosas claras y bien grabadas en la cabeza, aprovecha la situación y disfruta de las ventajas de trabajar desde casa (y si es para ti mismo, aún más): poder organizarte, elegir cuándo trabajas y cuándo descansas, salir de viaje o a una cafetería y llevarte la oficina contigo para ir cambiando de ambiente, la libertad (y responsabilidad) de ser tu propio jefe y la satisfacción del trabajo bien hecho (¡no olvides recompensarte también!). Puede que no trabajes en pijama, pero hay muchas razones para que la gente te envidie.
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Una reacción a “Trabajar desde casa (y no programar en pijama)”